Estos días he vuelto a constatar lo importante que es tener una banda sonora personal, una colección de canciones que te permita revivir aquellos pequeños detalles que un día te hicieron feliz. Sé que esos momentos ya no volverán, se han perdido en el tiempo, pero yo voy a seguir luchando para mantenerlos dentro de mí para siempre.Así que preparaos porque os voy a llevar de viaje a lo más profundo de mí. Una ruta por los discos y canciones que guardo debajo de mi almohada y de los que echo mano cuando sueño que sigo allí, al lado de esas personas con las que afortunadamente me he tropezado en mi peculiar camino hacia la felicidad. En esos lugares en los que me acogieron como si fuera uno más, como si formara parte de una gran familia, aunque a veces yo no estuviera a la altura. En definitiva, una mirada al pasado con un solo deseo: seguir contando con vosotros en el futuro.
La primera parada de esta bonita travesía nos lleva al 2002. Un año inolvidable. Los primeros meses fueron bastante convulsos. Estaba muy perdido, sin rumbo y sin ningún objetivo. Estudiaba Historia sin convencimiento ni vocación. Siendo sinceros, yo nunca me imaginé dando clases ni siendo el nuevo Indiana Jones, aunque eso de ir con un látigo al hombro no suena mal… Además, a pesar de tener ya 21 añazos no estaba demasiado centrado y me vi abo

cado a la soledad por culpa de mi comportamiento, a veces infantil, a veces digno del protagonista de
Desmadre a la Americana. Entretanto, empecé a introducirme en el mundo de Internet y de la piratería. Sí, confieso que soy un pirata, aunque abordo navíos en mi barca de pedales, y nunca he dejado de comprar material. La revista
Discoplay, ahora en la más mísera de las ruinas, me dio el chivatazo: “Hay un grupo madrileño que hace rock urbano que te va a dejar con la boca abierta”. Dicho y hecho. Fui directo al Kazaa y escribí
Sonotones Listos para jugar. A los dos o tres días ya lo tenía en mi ordenador … y os juro que fue un flechazo. El disco salió en 2001, pero supongo que el destino quería que no llegará a mis manos hasta un año después. Me lo grabé en un CD y me curré una portada y todo. Y como en aquella época yo iba a entrenar tres veces por semana a Vila-seca me lo grabé en cinta para poder escucharlo en el coche de mi padre antes de convertirme en un tío al que respetaban una manada de niñas de 13 y 14 años durante una hora y media.
Pues a lo que iba, como yo andaba un poco cabizbajo, un par de buenos amiguetes, Rafa y Carmelo, me propusieron ir a un festival de música en Albacete en el que tocaban
Rosendo,
Barricada,
Barón Rojo y
Ñu, entre otros. Ni me lo pensé. Allí que nos vamos. Busque en mi cajón mi camiseta de los conciertos, la de Leño, por supuesto, y el walkman Sony que me regaló mi padre cuando yo aún vivía en Aranjuez, creo. Sólo cogí un par de cintas, la de Sonotones y una variada en la que no podía faltar el "Time like these" de
Foo Fighters. Cuando dejamos atrás L’Aldea ya pasé de mis colegas y me puse la música a todo volumen. Nunca me imaginé, que, cuando llegara a Valencia, aquella cinta de cinco tíos desconocidos iba a dejar de ser anónima para convertirse en uno de los mejores capítulos de mi vida. Las canciones se repetían una y otra vez y a mi todo me parecía perfecto. ¡Ni los
Rolling Stones!, pensaba yo. “Lo tienes que probar”, “Vaya suerte”, “El profesional”, “Llorad por mí”, eso era música y no el canto gregoriano ese que estaba tan de moda. Después de aquel fin de semana, aquel disco ya no me sonó igual. Me ponía nervioso cuando lo escuchaba, eufórico, alegre, no sé, la verdad es que no podía dejar de pensar en ella. Ahora seis años después, sigo emocionándome con este álbum, aunque aquella cinta la perdí en un coche muy pequeño con un motor muy bueno.
Seguimos retrocediendo. En 1988, un jovencísimo Javier, al que muchos llamaban Isidrín, porque mi abuelo se llamaba Isidro, sacó de la hucha la pasta que tenía ahorrada, poco supongo, y se fue decidido al kiosco de la calle Capitán de Aranjuez (el dueño sigue siendo el mismo) a

comprarse el
Blood on the Tracks de
Bob Dylan, un disco de 1975 y que no sé por qué narices me lo compré en un kiosco. En fin, es lo que había. Recuerdo que mi padre alucinó cuando me presenté en casa con un disco de Bob Dylan. Yo apenas tenía 8 años y ya era un adicto compulsivo al rock and roll. Ahora, pensando fríamente, es muy raro que siendo un mocoso me pasara horas y horas sentado en un sofá naranja escuchando “You're a Big Girl Now”, “Meet Me in the Morning”, “Lily, Rosemary and the Jack of Hearts” o “Buckets of Rain”. Pero para mí era normal, mis amigos jugaban a la Nintendo y yo escuchaba música. Poco después me compré el
Axis: Bold as Love de
Jimi Hendrix y mis padres debieron pensar: “Este niño no es normal”. No son dos discos que escuche con mucha frecuencia, pero sí que les guardo mucho cariño porque me los compré ¡¡¡Hace 20 años!!!!!! Esos fueron mis inicios y ese soy yo.
Cuatro años después, en 1992, salí un buen día de mi colegio de curas y me dirigí a casa con mis amigos Sergio y Samuel, como siempre. A mí nunca me han gustado las chucherías, así que mientras ellos cargaban provisiones en La Paloma, yo les esperaba fuera porque el chiringuito estaba lleno de gente. Y casualidades de la vida, me encontré en el suelo un billete

de 1.000 pelas. Una fortuna para mí en aquella época. Pues sólo una hora después, aquel billete verde con un tío con bigote se convirtió en mi última adquisición: el
Sin Tiempo de
Medina Azahara. Ya lo había escuchado alguna vez, pero nunca entero. El de la tienda me dijo: “Chaval quieres que lo probemos” y yo le contesté: “Dame una bolsa que me lo llevo”. Con aquel dependiente llegué a entablar cierta amistad y fue él quien me recomendó que escuchara a unos australianos que se llamaban
AC/DC. A lo que iba,
Sin Tiempo de Medina Azahara, además de ser un discazo con temas como “Todo tiene su fin” o “Sin tiempo ni sitio”, me puso en contacto con el rock andaluz, con
Triana o
Alameda. Grandes bandas. Yo nunca he estado en Andalucía pero he conocido bien su historia a través de su música.
Como no me quiero extender más, dejo pendiente para el próximo artículo, como contacté con grupos como
091,
Héroes del Silencio o
Nirvana, o como me levanté por primera vez en armas contra una chica, ahora amiga mía, al ritmo del
¿Y ahora qué? de
Reincidentes… no siempre la música trae buenos recuerdos. Mientras tanto, y hasta que os prepare más historias de las mías, no dudéis en bajaros mis propuestas, os aseguro que no os van a defraudar.