domingo, marzo 30, 2008

¡Qué calor!

Este fin de semana he estado en el I Festival PornoRock en Salou. Una experiencia diferente, ya que no es muy habitual ver como se lo montan dos tías sobre el escenario mientras los grupos afinan sus guitarras.

El festival me ha servido para varias cosas. En primer lugar, he descubierto a Candymen, una banda muy interesante de rock progresivo en inglés liderada por el actor William Miller. Habrá que seguirles la pista. También me he reafirmado en algo que ya sabía: No Apto son muy buenos. Sin embargo, Saurom no me transmitió nada. Quizá me estoy haciendo viejo para el heavy épico. Pero, sin duda, mi mejor descubrimiento de este fin de semana no tiene nada que ver con la música…

Bueno, pues aquí os dejo la crónica del festival que he hecho para el periódico en el que trabajo. Teniedo en cuenta que la he escrito en tiempo récord, con los ojos medios cerrados por el sueño que tenía, y que hubo momentos en los que tampoco estuve muy pendiente de los conciertos… creo que no está mal:

¡Qué calor!, sube la temperatura en Salou tras el I Festival Pornorock

Caliente caliente. El sexo y el rock and roll fueron los protagonistas del I Festival PornoRock, que se celebró el sábado por la noche en Salou. Un mezcla explosiva, pionera en España, que reunió a unas doscientas personas en el pabellón anexo al campo de fútbol.

La noche, un tanto fría, comenzó el rap-metal duro y contundente de los reusenses BandelPalo, que están inmersos en la presentación de su primer disco In:Directo. Pero por primera vez, la música estaba en un segundo plano. El público, mayoritariamente masculino, esperaba cámara en mano a que desfilasen por el escenario las chicas más picantes del cine porno patrio. Los flashes se desataron con la aparición de la primera de las actrices, Jessy One. Una explosiva morena que dejó con la boca abierta a más de uno. Tras ella, volvió el rock duro con los cambrilenses No Apto. La banda de los hermanos López, apoyada por el guitarrista Jordi Pallarés y el batería Carlos Rom –Ángel Alonso estará unos meses en Los Ángeles–, dejaron constancia de su gran potencial en directo con temas como “Vivo” o “En el punto de mira”, de su segundo álbum Voces, o una magnífica versión del Personal Jesus de Depeche Mode.

Los conciertos se alternaban con los espectáculos eróticos y la temperatura subía a un ritmo frenético. Uno de los momentos más esperados de la noche…por el público femenino, especialmente, fue la actuación de del actor porno revelación de 2007 Samuel Soler. Un pésimo bailarín pero un hombre muy bien dotado para el cine. Y si no que se lo pregunten a la afortunada y sonriente joven que subió con él al escenario… Después llegó el turno de los salouenses Candymen liderados por el actor William Miller (Cuéntame, Upa Dance, Yo soy la Juani, etc.). Una elegante banda de rock progresivo que recordó a los mejores Nirvana o The Cult.

El corazón de los espectadores se empezó a acelerar rápidamente cuando el presentador del evento anunció la actuación de Sara May, mejor actriz porno española de 2007. Apenas cabía un alfiler en las primeras filas. Un espectáculo que, aunque sólo duró diez minutos, se quedará grabado en la memoria de los asistentes durante mucho mío. “¡Madre mía!” fue la frase que más se escuchó entre el público. Poco a poco, fue llegando más gente al recinto para ver, sobre todo, a Pastora. El grupo barcelonés, que acaba de editar su tercer trabajo Circuitos de lujo, fue uno de los más destacados del festival, aunque a priori desentonaban un poco en un cartel mayoritariamente rockero.

Tras ellos, la espectacular Ana Ros, nominada a mejor actriz ninfa, convirtió en héroe a un joven espectador que tuvo la suerte de compartir con ella juegos eróticos sobre el escenario. El muchacho se llevó una de las mayores ovaciones de la noche y, sin duda, fue uno de los más envidiados. El festival estaba llegando a su fin y era el turno del heavy metal. Después de unos 45 minutos de retraso, Saurom saltó a escena ante un reducido pero ruidoso grupo de seguidores que disfrutaron de lo lindo con el espectáculo de malabares y fuegos artificiales que acompaña a los andaluces en su nueva gira de presentación del álbum Once romances desde Al-andalus. El broche final lo pusieron los tarraconenses Ankor, que recientemente han editado su primer trabajo de estudio Al fin descansar.

miércoles, marzo 26, 2008

Recuerdos de libertad (II)

Bueno, pues como lo prometido es deuda, en esta nueva incursión por el mundo del rock os seguiré hablando de mí, de esos pedacitos de placer y angustia que esperan encima de mi mesilla, rotos, hechos trizas, pero convencidos de que algún día les dedicaré tiempo y pegamento. Subid que nos vamos de paseo.

A los 10 años ya había descubierto a Leño (como ya sabéis), ya sabía lo que era el rock y lo que significaba ser un rockero. Empecé a llevar el pelo un poco más largo, alborotado, con un rizo para cada lado. En aquella época yo era el delegado de mi clase y los curas andaban un poco mosqueados conmigo. Conocí a un chaval de un pueblo de Toledo que estaba interno en mi colegio. Creo que se llamaba Ángel. Tenía un par de años más que yo, y como me pasaba a mí, no comulgaba demasiado con la disciplina cristiana. Su compañía y mi falta de interés por confirmarme y rollos de esos me pusieron en el punto de mira del padre Torremocha. Me llamó un día a su despacho y me dijo: “¿Qué te pasa? Deja de juntarte con ciertas personas y a ver si te pelas de una vez”. Ni caso.

Seguí a lo mío y en mi camino se cruzó otro tipo extraño, un chaval que jugaba en el Estudiantes (con Felipe Reyes) y que hablaba mucho de una banda americana que se llamaba Nirvana. Era 1991. Al cabo de unos días, se presentó en clase con un vinilo con un bebé desnudo en la portada y me dijo “tienes que escuchar esto”. Era el Nevermind. Al principio no me gustó, pero me lo grabé en una cinta de 90 y me lo ponía de fondo mientras hacia los deberes. A las tres escuchas ya era un auténtico fan de Kurt Kobain. Éste es posiblemente uno de los discos que más veces he escuchado. Durante un par de años pasaba los domingos en una casa en el campo que tenían unos primos míos en Añover del Tajo, y recuerdo que allí, sentado en un Opel Kadett y entre gol y gol del Madrid, me pasaba las horas muertas con “Smells Like Teen Spirit”, “Come As You Are” o “Territorial Pissings”. Con Nirvana dejé de ser un niño y me convertí en un adolescente más, en un pimpín que se creía capaz de todo, hasta de componer sus primeras canciones. Hice mis pinitos como compositor y llegué a grabar en un radiocasete un tema llamado “El Nada”. En mi barrio al menos gustó, jeje. Recuerdo que yo iba a 6º o 7º de EGB y tenía loquita a una chica que ya iba al instituto. En fin, como todo adolescente, soñé con ser una rockstar y me fijé en Kurt Kobain como modelo. Lloré su muerte en abril de 1994.

La música es un receptor de sentimientos. Un vivero de sensaciones. Un mundo desconocido al que accedemos por casualidad. No hay que hacer nada. Sólo esperar. Ella se encarga de llamar a nuestra puerta. ¿Misterio o realidad? Yo sólo sé que mis discos favoritos suelen estar relacionados con momentos puntuales de mi vida. Aunque no siempre es así. A veces las circunstancias pueden hacernos aborrecer un buen álbum. Es como una relación de pareja, llega un día que se rompe la magia y ya no puedes hacer nada por arreglarlo. Ni siquiera vale la pena luchar. O eso creo, lamentablemente. Pues a mí me pasó algo así con el ¿Y ahora qué? de Reincidentes. Un grupo que nunca ha estado entre mis favoritos, porque soy de los que piensan que música y política nunca deberían ir de la mano. Pero bueno, este disco me gusta, es muy bueno. Supongo que a mí también me tocó vivir mi época rebelde, más punky.

Corría el año 2000, yo era novato en el amor, y me gustaba demasiado golfear con los colegas. En octubre nos montamos un viajecito a las fiestas del Pilar de Zaragoza. Perfecto. Pero por aquel entonces yo andaba con una chica con raíces aragonesas que no dudó en apuntarse. Yo iba con mis colegas y ella con los suyos, y luego allí pues ya quedaríamos. En el recinto Interpeñas tocaban ni más ni menos que Reincidentes, que presentaban ¿Y ahora qué? y unos macarras de Hortaleza, los Porretas, que acaban de sacar su disco de versiones Clásicos. Un cóctel explosivo. Botellón en la puerta con whisky segoviano y coca cola light, sin hielo. Disfruté de lo lindo con “Dolores”, “No normal”, “Pongamos que hablo de Madrid”, “Txus”… me las sabía todas. Aquel fue un concierto como Dios manda. No faltó de nada, ni siquiera mi extraña costumbre de ir p’al barro. Pero la fiesta se torció y se me fastidió uno de los pocos discos de Reincidentes que creo que valen la pena. Era una noche de rock and roll, como dice Barricada, y nada ni nadie me podía controlar. Estaba en mi hábitat natural. Pero en pocos segundos pasé del calor del concierto al frío de mis primeras dudas de pareja. Después vinieron más y más. Por suerte sólo veté este disco un año o así, y hoy en día sigo escuchándolo. El tema “Hablando con mi cerebro” de aquel “problemático” álbum de los Reinci resumía perfectamente lo que yo sentía en aquel momento.

Todo lo contrario me sucedió a principios de 2003 (más o menos) con el disco A las doce de La Fuga. Por esas fechas yo estaba sumido en la búsqueda de nuevos sonidos, había retrocedido varios años en el tiempo y en mi discman (¡ya me estaba modernizando!) sonaban grupos como Eagles, The Band, Poco, Depeche Mode o… OBK. ¿Qué queréis que os diga? Cuando uno está enamorado se atreve incluso a ir a un concierto de Álex Ubago. Estaba en pleno periodo de introspección. Había encontrado mi camino al lado de la persona que más me ha impresionado jamás. Era un rockero de los de sombrero y vaqueros. Un auténtico cowboy urbano. Y como todo Romeo decidí un buen día sorprender a mi Julieta. Fui a verla sin avisarla, y pasamos un día inolvidable. Sólo estuve seis horas con ella, pero me habría quedado toda la vida. Era mi chica.

Ella, sorprendida o no, me llevó a dar un largo paseo en coche por interminables cuestas, mientras en el casete sonaba el A las doce de La Fuga. Seguía sin transmitirme nada. El cantante me parecía más empalagoso que David Bustamante y las letras eran de todo menos originales. Sin embargo, me lo bajé de Internet y empecé a escucharlo. Cada vez que lo oía recordaba aquel día, la música era lo de menos. Así que me enganché bastante a él. Un par o tres de años después los vi en directo y me parecieron muy buenos. Algo similar a esto me pasó con el Bajo palabra de los mexicanos Vantroi.

Son tantos discos y tantos momentos que llenaría mil folios, así que mejor os hago un pequeño resumen. A simple vista, me acuerdo del 12 canciones sin piedad de 091, que conocí en 1989 gracias a mi colega Mario, hoy presidente del mejor equipo de fútbol del mundo. Rose of Cimarron de Poco, que me regaló un auténtico vaquero en 1996 con una nota en la que ponía “entenderás este disco cuando cumplas 25 años”. Fue lo primero que escuché cuando cumplí un cuarto de siglo y se me pusieron los pelos de punta. Ten de Pearl Jam, que después de tres días buscándolo en CD me lo terminé comprando en cinta y lo escuché por primera vez en un viaje a Andorra en una C-15, A tientas y barrancas de Rosendo, Keeper of the seven keys de Helloween, Use your ilusion II de Guns N’Roses, Rosa de los vientos de La Frontera

Bueno, para despedirme por hoy os voy a dejar una cita de un temazo: "Mi ángel de la guarda está esnifando cocaína, ahora sé que yo no tengo salvación".
A ver si alguien sabe quien es el genio que escribió esto.

martes, marzo 25, 2008

Recuerdos de libertad

Estos días he vuelto a constatar lo importante que es tener una banda sonora personal, una colección de canciones que te permita revivir aquellos pequeños detalles que un día te hicieron feliz. Sé que esos momentos ya no volverán, se han perdido en el tiempo, pero yo voy a seguir luchando para mantenerlos dentro de mí para siempre.

Así que preparaos porque os voy a llevar de viaje a lo más profundo de mí. Una ruta por los discos y canciones que guardo debajo de mi almohada y de los que echo mano cuando sueño que sigo allí, al lado de esas personas con las que afortunadamente me he tropezado en mi peculiar camino hacia la felicidad. En esos lugares en los que me acogieron como si fuera uno más, como si formara parte de una gran familia, aunque a veces yo no estuviera a la altura. En definitiva, una mirada al pasado con un solo deseo: seguir contando con vosotros en el futuro.

La primera parada de esta bonita travesía nos lleva al 2002. Un año inolvidable. Los primeros meses fueron bastante convulsos. Estaba muy perdido, sin rumbo y sin ningún objetivo. Estudiaba Historia sin convencimiento ni vocación. Siendo sinceros, yo nunca me imaginé dando clases ni siendo el nuevo Indiana Jones, aunque eso de ir con un látigo al hombro no suena mal… Además, a pesar de tener ya 21 añazos no estaba demasiado centrado y me vi abocado a la soledad por culpa de mi comportamiento, a veces infantil, a veces digno del protagonista de Desmadre a la Americana. Entretanto, empecé a introducirme en el mundo de Internet y de la piratería. Sí, confieso que soy un pirata, aunque abordo navíos en mi barca de pedales, y nunca he dejado de comprar material. La revista Discoplay, ahora en la más mísera de las ruinas, me dio el chivatazo: “Hay un grupo madrileño que hace rock urbano que te va a dejar con la boca abierta”. Dicho y hecho. Fui directo al Kazaa y escribí Sonotones Listos para jugar. A los dos o tres días ya lo tenía en mi ordenador … y os juro que fue un flechazo. El disco salió en 2001, pero supongo que el destino quería que no llegará a mis manos hasta un año después. Me lo grabé en un CD y me curré una portada y todo. Y como en aquella época yo iba a entrenar tres veces por semana a Vila-seca me lo grabé en cinta para poder escucharlo en el coche de mi padre antes de convertirme en un tío al que respetaban una manada de niñas de 13 y 14 años durante una hora y media.

Pues a lo que iba, como yo andaba un poco cabizbajo, un par de buenos amiguetes, Rafa y Carmelo, me propusieron ir a un festival de música en Albacete en el que tocaban Rosendo, Barricada, Barón Rojo y Ñu, entre otros. Ni me lo pensé. Allí que nos vamos. Busque en mi cajón mi camiseta de los conciertos, la de Leño, por supuesto, y el walkman Sony que me regaló mi padre cuando yo aún vivía en Aranjuez, creo. Sólo cogí un par de cintas, la de Sonotones y una variada en la que no podía faltar el "Time like these" de Foo Fighters. Cuando dejamos atrás L’Aldea ya pasé de mis colegas y me puse la música a todo volumen. Nunca me imaginé, que, cuando llegara a Valencia, aquella cinta de cinco tíos desconocidos iba a dejar de ser anónima para convertirse en uno de los mejores capítulos de mi vida. Las canciones se repetían una y otra vez y a mi todo me parecía perfecto. ¡Ni los Rolling Stones!, pensaba yo. “Lo tienes que probar”, “Vaya suerte”, “El profesional”, “Llorad por mí”, eso era música y no el canto gregoriano ese que estaba tan de moda. Después de aquel fin de semana, aquel disco ya no me sonó igual. Me ponía nervioso cuando lo escuchaba, eufórico, alegre, no sé, la verdad es que no podía dejar de pensar en ella. Ahora seis años después, sigo emocionándome con este álbum, aunque aquella cinta la perdí en un coche muy pequeño con un motor muy bueno.

Seguimos retrocediendo. En 1988, un jovencísimo Javier, al que muchos llamaban Isidrín, porque mi abuelo se llamaba Isidro, sacó de la hucha la pasta que tenía ahorrada, poco supongo, y se fue decidido al kiosco de la calle Capitán de Aranjuez (el dueño sigue siendo el mismo) a comprarse el Blood on the Tracks de Bob Dylan, un disco de 1975 y que no sé por qué narices me lo compré en un kiosco. En fin, es lo que había. Recuerdo que mi padre alucinó cuando me presenté en casa con un disco de Bob Dylan. Yo apenas tenía 8 años y ya era un adicto compulsivo al rock and roll. Ahora, pensando fríamente, es muy raro que siendo un mocoso me pasara horas y horas sentado en un sofá naranja escuchando “You're a Big Girl Now”, “Meet Me in the Morning”, “Lily, Rosemary and the Jack of Hearts” o “Buckets of Rain”. Pero para mí era normal, mis amigos jugaban a la Nintendo y yo escuchaba música. Poco después me compré el Axis: Bold as Love de Jimi Hendrix y mis padres debieron pensar: “Este niño no es normal”. No son dos discos que escuche con mucha frecuencia, pero sí que les guardo mucho cariño porque me los compré ¡¡¡Hace 20 años!!!!!! Esos fueron mis inicios y ese soy yo.

Cuatro años después, en 1992, salí un buen día de mi colegio de curas y me dirigí a casa con mis amigos Sergio y Samuel, como siempre. A mí nunca me han gustado las chucherías, así que mientras ellos cargaban provisiones en La Paloma, yo les esperaba fuera porque el chiringuito estaba lleno de gente. Y casualidades de la vida, me encontré en el suelo un billete de 1.000 pelas. Una fortuna para mí en aquella época. Pues sólo una hora después, aquel billete verde con un tío con bigote se convirtió en mi última adquisición: el Sin Tiempo de Medina Azahara. Ya lo había escuchado alguna vez, pero nunca entero. El de la tienda me dijo: “Chaval quieres que lo probemos” y yo le contesté: “Dame una bolsa que me lo llevo”. Con aquel dependiente llegué a entablar cierta amistad y fue él quien me recomendó que escuchara a unos australianos que se llamaban AC/DC. A lo que iba, Sin Tiempo de Medina Azahara, además de ser un discazo con temas como “Todo tiene su fin” o “Sin tiempo ni sitio”, me puso en contacto con el rock andaluz, con Triana o Alameda. Grandes bandas. Yo nunca he estado en Andalucía pero he conocido bien su historia a través de su música.

Como no me quiero extender más, dejo pendiente para el próximo artículo, como contacté con grupos como 091, Héroes del Silencio o Nirvana, o como me levanté por primera vez en armas contra una chica, ahora amiga mía, al ritmo del ¿Y ahora qué? de Reincidentes… no siempre la música trae buenos recuerdos. Mientras tanto, y hasta que os prepare más historias de las mías, no dudéis en bajaros mis propuestas, os aseguro que no os van a defraudar.

jueves, marzo 20, 2008

Psicópata urbano

“Te juro que no tengo ni puta idea de lo que está pasando aquí”. Así empieza Psicópatas urbanos, el penúltimo disco del legendario guitarrista de Banzai Salvador Domínguez.

Un título muy acertado para un álbum que desprende rock por los cuatro costados, con algunas bases electrónicas que le dan más fuerza aún. Es un disco para nostálgicos, para fans de este genial músico. Un recorrido por la historia del rock español. Temas nuevos que no han perdido la esencia de sus comienzos en el negocio de la música y un guiño a la banda con la que se convirtió un icono del rock, rescatando “Banzai” y “Voy a tu ciudad”. Y como regalo, el “ Get on your kness” del capitán de la SGAE Teddy Bautista.

En fin, no es mi intención hablaros de este disco a fondo, sino contaros lo que el rock urbano ha significado para mí. Como Salvador Domínguez, yo también soy un psicópata urbano. Un lobo disfrazado de cordero que ha crecido escuchando a Leño, Barón Rojo, Obús, Ñu, Ramoncín o Barricada. Y que se ha perdido en el camino reenganchándose al heavy como salvavidas para creerse quien no es. Para impresionar a quien no tiene por qué.

Sin duda, el disco que más me ha marcado es Más Madera de Leño. Es mi vinilo más preciado. Este álbum se grabó en julio de 1980 y vio la luz prácticamente al mismo tiempo que yo. Somos de la misma quinta. No tuve la suerte de vivir aquella época, aquellos conciertos multitudinarios en una época en el que el rocanrol era lo más transgresor.

Pero afortunadamente un día cayó en mis manos Más Madera y ahí empecé a forjarme como persona y a ser lo que hoy soy. Un poco golfo, demasiado bueno y muy idealista. Apenas tendría 10 años cuando me enganché al primera gran canción de mi vida: “Cucarachas”. El séptimo corte del vinilo. Un tema muy al estilo Rosendo. Una letra dura, embasada en forma de metáfora, que crítica duramente a aquellos cuya única misión en la vida es joder a los demás. Con 10 años, sin embargo, yo pensaba que a Leño le gustaban las cucarachas tan poco como a mí y habían decidido dedicarles una canción para acabar con ellas. Cosas de la edad.

Hay quien dice que este disco suena mal, porque se grabó a toda prisa. Tal vez por eso me gusta tanto. Porque captó toda la esencia del trío en directo. Y si no escuchad “Sí señor Sí señor”, “¿Dónde está la salvación?”, “La noche de que te hablé”, o “Apágalas”. Un sonido crudo, con un ritmo pegadizo y bailón que saca al descubierto al Rosendo más macarra y más de barrio. Rock Urbano con mayúsculas. Genuino, auténtico, como un ron añejo de los que se pega el tío Fidel. Y como colofón, “Lo que acabas de elegir”, una baladita para bailar…pegados o despegados.

Después de este disco, llegaron más y más. Y poco a poco fui formando una buena colección de vinilos y CDs. Algunos se han quedado para siempre en mí y otros simplemente han estado de paso. Pero lo cierto, es que os podría enumerar una lista interminable de buenos discos que en un momento u otro de mi vida me han acompañado durante horas y horas en mis largas sesiones de soledad. En otro capítulo de El Rock de la Urbe os los desgranaré con todo tipo de detalles, ahora sólo os doy un anticipo de cuales son algunos de mis plásticos preferidos: Larga vida al rock and roll de Barón Rojo, Pega con fuerza de Obús, En beneficio de todos de Siniestro Total, Imperio de paletos de Ñu o Barrio conflictivo de Barricada.

jueves, marzo 13, 2008

Un brindis por Carlos Tarque

Ante la inminente amenaza de la canción del verano, el reggaeton y el chiquiliquuatre, os traigo nuevas propuestas para que salgáis del hastío a ritmo de rock and roll.

Creo que estoy madurando, o tal vez me estoy convirtiendo en un ñoño, pero os confieso que cada vez me emociono con más facilidad cuando escucho buena música. Ya no me conformo con los tres acordes típicos de guitarra y las cuatro burradas que sueltan los ídolos de los más jóvenes. Aquellos grupos que se creen que han descubierto la pólvora y van de reaccionarios cantando a la República, al capitalismo y a lo mal que está la cosa. Me aburren. A mí nadie tiene que adoctrinarme ni darme sermones políticos, ya soy mayorcito para hacer y pensar lo que me da la gana. Lo que me apetece es disfrutar. Escuchar ritmos nuevos y, sobre todo, buenas letras. Canciones que me inspiren algo y me lleguen. Y en estos momentos, más aún.

Es complicado, pero aún quedan buenas bandas. Yo quiero empezar hablándoos de un tío al que admiro desde hace muchos años y al que tengo en mi altar de grandes del rock junto a Rosendo Mercado y a José María Sanz “Loquillo”. El bueno de Carlos Tarque de M Clan. Un tipo que, como todo genio, se comporta de manera desconcertante. Es capaz de lo mejor y lo peor, dependiendo de su estado de ánimo (un poco como me pasa a mí). Le puedes ver en el calabozo por escándalo público o le puedes escuchar diciendo las cosas más románticas que jamás haya oído. Sin duda, es el mejor compositor que ha dado el rock español en muchos años.

Pues sí, Tarque se ha puesto a componer y M Clan ha sacado uno de los mejores discos de su carrera: Memorias de un espantapájaros. Los murcianos se han dejado llevar por sus sentimientos y han grabado un álbum muy intimista, no apto para aquellos que sufran el llamado mal de amores (¡me he escapado por los pelos!!!). Poesía convertida en rock a través de la inconfundible voz de Tarque. “Pasos de equilibrista”, “Roto por dentro” o “Canción de invierno” dejan claro lo que un hombre es capaz de hacer por recuperar el amor perdido. Baladas con un toque de rock sureño, al alcance muy pocos privilegiados. Yo he traspasado la barrera y he entrado en el disco, y sin quererlo lo he hecho mío. Un 10.

Y siguiendo por esa línea, os quiero presentar a una magnífica banda de rock and roll. Unos tíos de Barcelona que seguro que van a llegar muy lejos. Se llaman Sol Lagarto y en 2006 publicaron su tercer trabajo Mundo Circo. Suenan a los años 70 y grandes bandas como mis admirados The Black Crowes o los mismos M Clan. En alguna ocasión me he planteado plagiar sus letras para impresionar a alguna chica. Un disco mágico.

Y mi última recomendación de hoy, y que conste que estoy sorprendido del nivel de complicidad que he alcanzado escuchándolo, es Satellite de los californianos P.O.D. Un CD que me compré en 2002 por un euro, y con el que me lo estoy pasando en grande. Me subo al coche, me coloco mis gafas de sol, bajo la ventanilla, enciendo la radio y a tirar millas. Es un disco con el que uno puede presumir de ser un tipo duro, aunque no lo sea. Guitarras contundentes y canciones muy rápidas que no te dejan tiempo para pensar. Un banda con influencias del metal, el harcorde y el hip hop, que según las malas (o las buenas) lenguas, practican rock cristiano. A mí me da igual, como no entiendo lo que dicen, pues que digan lo que quieran. Yo me quedo con que es un discazo de rock duro, que viene muy bien para tener momentos de euforia.

martes, marzo 04, 2008

Dame rock y dime tonto

Esta vez no os voy a torturar con ninguna noticia de las mías, sino que os voy a hablar de los discos que estoy escuchando estos días. Llevo un par de semanas un poco bajo de moral y, como suelo hacer en estos casos, me he refugiado en la música para pasar el mal trago lo mejor posible. Mi iPod está que echa humo últimamente.

Sin duda, el disco que más me ha sorprendido en los últimos meses, aunque es de 2005, es All the Right Reasons de los canadienses Nickelback. Un álbum con el que he llegado a emocionarme, sobre todo cuando escucho la versión en directo de los temas “Animals” y “Photograph”. La voz de su cantante, Robert Kroeger, es espectacular. Rock en estado puro.

Otra de mis vías de escape está siendo American Idiot de Green Day. Es una banda que no me entusiasma demasiado, pero reconozco que este disco, del 2004, es lo mejor que he escuchado en muchos años. Una obra maestra. Cada vez que escucho “St. Jimmy”, “Extraordinary Girl” o “Holiday” me imagino en una fiesta universitaria en alguna playa perdida de California rodeado de buenas chatis.

El siguiente es algo más antiguo. Se trata del One by One de Foo Figthers, de 2002. La banda de David Grohl me transporta unos 16 o 17 años atrás, tiempos en los que descubrí a Nirvana gracias a algunos colegas de Aranjuez que no paraban de pinchar el Never Mind en su tocadiscos. ¡Qué tiempo aquellos! Con los temas "All My Life" y "Times Like These" creo que he llegado incluso a levitar.

Por último, lo que nunca me falla es desempolvar los viejos vinilos de las bandas míticas. El primero, el S&M with the San Francisco Symphony Orchestra de Metallica, del 2000. Sencillamente ¡impresionante! La combinación de un sonido duro de guitarras contundentes con una de las mejores orquestas de Estados Unidos es un placer digno de disfrutar. El tema “Master of Puppets” es la perfección hecha canción. Y qué decir de “One”, Enter Sandman” o “Battery”. Trash metal en estado puro.

Otro disco imprescindible es Painkiller de los británicos Judas Priest, publicado en 1990. Nunca me canso de escuchar “Nightcrawler” o "Hell Patrol". La primera vez que entré en contacto con este álbum fue en un viaje con el instituto a Francia. Me pegué todo el camino con el walkman pegado a la oreja.

Y como última joya, en ninguna discoteca que se precie puede faltar The Crimson Idol de los angelinos W.A.S.P. Heavy metal del bueno con una sutil dosis de glamour. Los Pervertidos Sexuales (We Are Sex Perverts), por cierto, han estado recientemente de gira por España conmemorando el quinceavo aniversario de la publicación de este discazo.

Y si después de esta buena ración de rock and roll todavía tenemos ganas de seguir dándole vueltas al coco, siempre nos quedará recurrir al maestro: Ozzy Ousborne. ¡Paranoidddd!